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viernes, 14 de marzo de 2014

La Empresa Social en el mercado.


Cooperativa y Mercado Capitalista, caminando con zancos?
Copia de cambio
Jean-Louis Laville: Modulo 2
LA CONDICIÓN DOMINANTE
Jean-Louis Laville: Modulo 2 LA ECONOMÍA SOLIDARIA Además, a partir del final del siglo XIX y durante el siglo XX, el estallido y la fragmentación se acentúan bajo el efecto de compartimentaciones jurídicas y formas de integración en el sistema económico dominante, que llevan a distinguir tres subconjuntos distintos: cooperativas, mutualidades y asociaciones. Cooperativas y economía de mercado Las cooperativas se insertaron en la economía comercial, ocupando sectores de actividad en los cuales la intensidad capitalista seguía siendo escasa. Estas permitieron a los distintos protagonistas movilizar, por cuenta propia, los recursos para las actividades que les eran necesarias y eran olvidadas por los inversores comerciales. Si las cooperativas agrícolas se desarrollaron un poco por todas partes, otros tipos de cooperativas se consolidaron más en algunos contextos nacionales: las cooperativas de consumo en Inglaterra y las cooperativas habitacionales en Alemania, Gran Bretaña y Suecia. En los países en vía de industrialización menos rápida como Francia o Italia, las cooperativas obreras de producción se impusieron, favorecidas en esta última por la organización de los distritos industriales de la Tercera Italia. Aunque pudieron beneficiarse de algunos arreglos negociados con el Estado, estas fueron sometidas principalmente a la competencia. Por lo tanto, la lógica general de concentración de los medios de producción las impulsó a especializarse en una actividad principal vinculada a la identidad de sus miembros. La preocupación de la continuidad de las empresas ha atenuado el proyecto político más amplio y esta transformación es demandada, a tal punto que "son verdaderos grupos financieros que aparecen progresivamente como institución cooperativa típica de las economías capitalistas desarrolladas" (Vienney, 1982: 108). Mutual, protección social y seguro El advenimiento del Estado benefactor modifica profundamente el papel desempeñado por las mutuales. Muchas iniciativas estuvieron organizadas a principios del siglo XIX para tratar los problemas de incapacidad del trabajo, enfermedad y vejez sobre una base solidaria, al agrupar a los miembros de una profesión, de una rama o de una localidad. Como medios de emancipación obrera para los socialistas, barreras contra la agitación social para los liberales y los conservadores, estas mutuales son toleradas y controladas por las autoridades, como en Bélgica y Francia, a partir de la mitad del siglo. Luego, los niveles y modalidades de contribuciones y prestaciones son homogenizadas a nivel nacional. En efecto, el riesgo inherente a estas prestaciones podían controlarse mejor gracias a la participación de un gran número de miembros a nivel nacional, con el apoyo de las técnicas estadísticas: la protección del sistema se obtuvo pues con la instauración de seguros obligatorios (enfermedad, vejez...). La naturaleza de las actividades económicas adoptadas generó una cooperación con los sistemas de seguridad social después del final de la Segunda Guerra Mundial y las mutuales de salud se convirtieron en organismos de prevención social complementarios de los regímenes obligatorios. Estas se sometieron a normas decretadas por el Estado para completar las transferencias sociales, a reserva de enmendar el principio de adhesión voluntario para volver a entrar en el campo de la previsión colectiva complementaria. En Dinamarca, España, Francia o en Italia, las mutuales combinan sus actividades de seguro de salud con actividades complementarias, en este caso, la gestión de establecimientos sanitarios y sociales. El énfasis de la competencia en los ámbitos del seguro los somete, no obstante, a dura prueba, similar de la que sufren las sociedades de seguro de carácter mutual que cubren los riesgos vinculados a los bienes. Asociaciones y Estados benefactores Las asociaciones se articulan estrechamente, por su parte, a los distintos Estados benefactores, según tres configuraciones que corresponden a los regímenes definidos por Esping-Andersen (1990). En la primera configuración, referida al régimen universalista o socialdemócrata de los países escandinavos como Suecia o Dinamarca, un recurso extendido del Estado, como organizador de lo social, se traduce en los servicios sociales para una "colectivización de las necesidades" (Leira, 1992) favoreciendo la integración social y la igualdad entre los sexos como objetivos. Las asociaciones en este marco desempeñaron un papel de presión social, permitiendo la expresión de reivindicaciones. Estas movilizaron sus redes con el fin de incitar la creación de prestaciones por parte del servicio público. Los servicios son de la incumbencia de la administración pública que integra la igualdad de los sexos como finalidad explícita. En la segunda configuración que corresponde a los regímenes liberales y duales, tales servicios están ampliamente ausentes. En el régimen liberal de Estado benefactor hacia el cual se inclina el Reino Unido, las intervenciones públicas se concentran sobre las poblaciones más desfavorecidas. Se afirma la neutralidad en cuanto a prestación de servicios. Corolario: la falta de servicios de guarderías de niños induce un alto nivel de trabajo a tiempo parcial para las mujeres (Lewis, 1992). La debilidad de los servicios no comerciales controlados por las autoridades públicas es característica del régimen dual propia de Europa del Sur de la que España, Italia o Portugal dan prueba. Polarizado sobre las transferencias monetarias, este sistema olvida los servicios y confiere protección a las personas bien integradas en el mercado laboral en detrimento de los grupos encerrados en la precariedad, la economía subterránea o informal: "el acceso a los derechos no es ni universal, ni igualitario, sino funciona al contrario, sobre la base de conocimientos personales, selección y patrocinio" (Ferrara, 1996). En estas dos configuraciones, el papel de las asociaciones como productores de bienes y servicios es muy limitada pero por razones opuestas: fuertes creaciones de servicios que autorizan una asunción en el espacio público de tareas antes efectuadas en la esfera privada para el modelo universalista; escasa externalización de los servicios que permanecen en masa confiados a las mujeres y se mantienen en el espacio privado para los modelos liberales y duales. La tercera configuración que corresponde al régimen corporativista, a la inversa de los otros dos, concede un amplio lugar a las asociaciones. Una regulación tutelar y un reglamento de las relaciones entre asociaciones y autoridades públicas, los servicios asociativos se consideran como suscriptos en políticas sociales alimentadas por el impuesto o los recursos de la seguridad social. El Estado establece las normas relativas a las modalidades de prestación de los servicios y a las profesiones de los asalariados que abarca. Si se respetan estas normas, se abre la financiación a partir de los recursos que emanan de la redistribución. En Alemania, Austria, Francia y Bélgica, las asociaciones estuvieron posicionadas como pioneras para los servicios sociales, removiendo las demandas sociales emergentes que se mantuvieron después en el marco asociativo, al mismo tiempo, encuadradas por el Estado. La regulación tutelar las acercó a las administraciones y las llevó a reunirse en grandes federaciones a nivel nacional (vinculadas a los partidos políticos, a las iglesias, a la Cruz Roja y no alineadas en Alemania; laicos y católicos en Francia; socialistas y cristianas en Bélgica). En total, el conjunto de las organizaciones de economía social, privilegiaban la constitución de un patrimonio colectivo frente a la remuneración de capitales largamente implantada en Europa. Más del 30 % de la población es miembro de alguna de ellas; los bancos cooperativos, con sus 36 millones de asociados y sus 91 millones de clientes, detentan el 17% del mercado bancario; las cooperativas y mutuales de seguros representan casi 30 % del mercado, en fin ellas pueden reivindicar un total de 8.563.686 empleos equivalentes a tiempo completo al 7.7 % de los empleos civiles asalariados (CIRIEC, 1999). De todas formas, esta presencia tiene por contrapartida una separación entre las diferentes entidades. Si las cooperativas y las mutuales son nacidas de la misma cruzada solidaria que las asociaciones, este origen común es olvidado en los países como el Reino Unido. Donde, según sus referencias, no se habla de la economía social, sino de un tercer sector, sector no lucrativo, que abarca las asociaciones sin objetivo de lucro y excluyendo las mutuales. así como las cooperativas, según una modalidad dominante en todos los países anglosajones. Mientras que el peso económico de la economía social se consolidó en el curso del siglo XX, no ha sido lo mismo para su contraparte política. La elección de miembros en función de la relación con la actividad ha considerablemente restringido el sentimiento de pertenencia, sobre el cual se apoyaban las dinámicas asociativas pioneras. La especialización, la evaluación de la eficiencia productiva de las cooperativas y mutuales con referencia a las otras empresas, la inserción de las asociaciones en las políticas sociales nacionales han arrastrado una tecnificación de componentes en juego vinculados a las organizaciones de economía social. Más allá de la toma de posición generalmente fuerte, por ejemplo sobre el futuro del sistema de salud, estas ultimas organizaciones han fallado en su influencia sobre el debate público y han a menudo abandonado la ambición social de obtener la búsqueda de mejoras en la gestión o las normas públicas. La perdida de la multidimensionalidad se originó en Bélgica, antes de toda manifestación, por el olvido de la política, pero también puede ser por la separación institucionalizada, implícita en otros países entre economía social de mercado y economía de no mercado. Las cooperativas se perciben como empresas en el mercado, mientras que las asociaciones se confinan en la esfera social. Respectivamente integradas a la economía de mercado y a la economía de no mercado, se percibe a estas organizaciones como incluidas en registros de acción diferentes. La aparición de una coherencia "sectorial" resulta entonces difícil. Es para reaccionar contra su debilidad política que las distintas organizaciones de la economía social intentaron una aproximación. Este movimiento, propio de los países francófonos, ha sido, por ejemplo, fomentada por el gobierno francés en los años 1980. Pero al mismo tiempo que se empezaba esta reagrupación "en la cima", una renovación asociativa y cooperativa manifestándose en la base, volvió a insertarse en el proyecto de una economía basada en la solidaridad.

LA CONDICION DOMINANTE

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